Hablando con alguien que me importa y que ha torcido el rumbo de su vida de forma traumática, se me vino a la cabeza la analogía entre los trabajos necesarios para rehacer tu vida, o reconstruir una forma de ser honesta, y la restauración del barco que estoy llevando a cabo. No hace falta que nadie me señale la inmensa diferencia entre ambas. Ni las dificultades e implicaciones que supone acometer cada una de ellas. Pero las analogías están para facilitar la comprensión de hechos, emociones o procedimientos. Y esta en concreto me viene "al pelo".
De la misma forma que encontramos armadores que entienden la restauración de su barco como una operación meramente cosmética, hay gente que, para enderezar su camino, optan por el mismo criterio: una renovación superficial. En ambos casos los resultados son efímeros. No hay maquillaje que soporte bien el paso del tiempo ni las condiciones adversas.
Por el contrario, las personas que aspiran a una restauración duradera, suelen optar por renovar desde dentro. Se enfrentan al desagradable trabajo invisible. Ese que no luce, ni del que se puede presumir pero que supone enfrentarse a los problemas reales, resolver deficiencias estructurales y comprender el porque de cada cosa. En pocas palabras: dotar de una base solida la restauración. Trabajos que te tiznan la piel de grasa, que te obligan a retorcerte hasta alcanzar esos lugares recónditos donde no se suele mirar y que te imponen auscultar de cerca las oscuras profundidades de tu barco (o de tu personalidad). Lo impensable se encuentra al alcance de la mano si te atreves a escudriñar en el interior. Las sorpresas pueden apabullarte, tanto para bien como para mal.
Yo he asumido ese reto con Quimura. Y aconsejé el mismo método a esa persona que necesita recomponer su vida.
Reconozco que es una opción con pocas satisfacciones pues aparentemente el barco sigue igual que hace cuatro meses. Su exterior no ha variado. O si, pero a peor, porque el deterioro de la cubierta es patente, dado el trajín diario que lleva. Hasta hay amigos que cuando lo ven me preguntan sobre lo que he estado haciendo todo este tiempo. Y es que todo mi esfuerzo no es visible. No luce ni se nota pese a que está: No se percibe que haya estado durante cuatro meses buceando en cada rincón de mi barco, lo que me ha permitido, por cierto, conocerlo casi a la perfección; la tapa de cada cofre impide ver como ha quedado el interior tras su limpieza y posterior pintado; el nuevo cableado eléctrico no es algo visible; tampoco llama la atención la reparación del pinzote de la botavara o su extremo, o la profunda revisión realizada que me ha permitido conocer aquellas partes que van a requerir posterior atención (algún candelero no demasiado firme, por ejemplo). La reposición de elementos, como el extractor de aire del motor, o la eliminación de otros que no funcionaban, como la corredera, que queda a la espera de sustituirse cuando la economía lo permita , no se aprecia a simple vista.
Sin embargo, y valorando en mucho todo ese trabajo que ya llevo a la espalda, considero que el verdadero logro de este tiempo no es precisamente material. Considero un verdadero tesoro todo lo que he aprendido (estoy aprendiendo), todo el bagaje de conocimientos acumulados e incorporados a mi formación como navegante y propietario de un velero que me van a permitir poder mantenerlo en mucho mejores condiciones que cuando comencé
Es por ello que tengo el orgullo de sentir que he avanzado enormemente, el cansancio de quien trabaja con desmesura, la satisfacción de no haber cedido a lo fácil y la esperanza de que, cuando acabe, la puesta al día del Quimura sea efectiva y duradera (con el mantenimiento adecuado).
¡Ojalá esa persona entienda mediante esta analogía cómo debe acometer su cambio de vida!
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