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martes, 15 de octubre de 2013

De peces y gaviotas

Habíamos quedado para reparar el timón del Eiren. Parece que el armador había detectado una dureza en él y descubrió que algo no funcionaba como es debido. Un cardán en la transmisión se había estropeado. Pero ese no es el tema de esta entrada. 
Lo cierto es que al finalizar la reparación decidimos probarlo. Y dicho y hecho. Soltamos amarras y zarpamos. Desde aquellas primeras veces en que Juan Fran, el armador del Eiren, me acompañara para irme dando datos y confianza hasta que yo me soltase no habíamos vuelto a salir juntos. Ya he dicho en otra entrada que es un gran aficionado a la pesca, así que dejó en mis manos la rueda y apenas habíamos izado las velas y apagado el motor, ya estaba sacando caña y aparejos para soltarlos por la popa.

Como es un mundo que desconozco por completo yo le acribillaba a preguntas. 
¿Esta hora es buena?
Serían las doce y pico de uno de esos días de otoño que hacen de Málaga un auténtico paraíso. Un sol radiante calentaba la cubierta. El azul del cielo le daba adecuada réplica a un mar entreverado de brillos y pequeños rizos esporádicamente levantados por olas de fondo. Una indecisa brisa tanto nos mantenía navegando a dos nuditos como nos dejaba flotando a la espera de un nuevo arranque. 
¿Estos anzuelos los has fabricado tu? Me refería a un aparejo compuesto por varios anzuelos separados unos veinte o veinticinco centímetros que terminaban en una réplica de pescado que, allí me enteré, se llama rapala. ¿rápala? Pero no, no se lo había fabricado él. Se vende ya preparado. Se engancha al tornillo quita vueltas que va enganchado en el hilo de la caña. 
¿La velocidad es importante? La brisa había abandonado en ese momento las dudas y nos empujaba suavemente a dos nudos y medio. Juan Fran no terminó de decirme que tres nudos y medio era una buena velocidad (parece ser que por debajo de eso el pez puede darse cuenta de que lo están engañando) cuando el carrete empezó a sonar mientras se desenrollaba. 
¡Algo ha picado y parece grande o varios! La excitación comenzó a dominarme. ¿Que hago?  Coge el ......¿¿¿....???? Yo no tenía ni la menor idea de lo que era eso. De hecho ni me acuerdo del nombre que usó. ¡Es una red para sujetar los pescados. Ahhh, un retel¡¡ ¿Donde está? En el cofre de estribor. Pero allí no había nada que se le pareciera. Mira en el de babor. El seguía recogiendo carrete y ya se podían ver las dos capturas. Dos melbas de buen tamaño. Estaba izándolas y me pidió que las pusiera en la red, pero yo, a caballo entre los nervios y la torpeza solo acerté a enredar los anzuelos en la dichosa malla. Juan, armado de paciencia, desprendió cada pez de su anzuelo y los arrojó a la bañera para, mas tarde, ponerlos en un cubo con agua de mar. Yo no acababa de creerlo. Habíamos pescado dos a la vez. 



Mi falta de control había provocado un pequeño desaguisado. Varios anzuelos se habían enredado en el retel y a mi compañero le costó un tiempo dejarlos de nuevo libres y poder volver a lanzarlos al mar. El viento había caído de nuevo hasta dejarnos sin arrancada, así que decidimos poner de nuevo el motor. La charla discurría por derroteros ajenos a la pesca cuando el carrete vuelve a sonar. No era el mismo sonido, es cierto, pero eso lo procesé mas tarde. De un salto cada uno atendió su cometido: Juan a la caña, yo, dispuesto a demostrarme que había aprendido, tome la red y me apresté a hacer las cosas bien.

Las imprecaciones que comenzaron a salir por boca de mi compañero no son para reproducirlas. Yo me quede de piedra. ¿Que estoy haciendo mal? Pensé. Pero no era por mi causa el enfado. En seguida me di cuenta. Allá a lo lejos, sobre la brillante superficie del agua una gaviota aleteaba mientras era arrastrada hacia la popa del Eiren. Se había lanzado a por lo que consideraba un suculento bocado y se había encontrado con un traidor anzuelo clavado en el pico. Y ¡menos mas que no se había tragado el pescado de imitación! Aunque lo peor lo vimos cuando, con mucho cuidado, pudimos izarla a bordo. Otro de los anzuelos del aparejo se le había hincado en el cuello.


Juan, protegido convenientemente con unos gruesos guantes de cuero, pudo quitarle el anzuelo del pico, pero el del cuello era otra cosa. Lo había atravesado por la piel y se resistía. Hubo que cortar la piel para sacarle. Una herida chiquita, de unos dos milímetros, pero que a mi se me antojó toda una operación quirúrgica. Con gran alegría pude ver como el ave volvía a volar libre y segura pese a la herida.
Este pequeño incidente no mermó las ganas de seguir pescando de mi compañero y volvió a arrojar el aparejo al mar.
Pero el tiempo se nos echaba encima y había que ir pensando en volver a puerto. Con parsimonia iniciamos el retorno, todavía con la línea tirada y a motor. Ya teníamos a la vista la bocana cuando se decidió a recogerla pero nada mas comenzar a darle a la manivela... pescamos la segunda gaviota. Con la experiencia adquirida las labores de liberación fueron mucho más rápidas aunque teníamos que tener cuidado con las embarcaciones que llegaban a puerto para que no cortasen nuestro hilo.
Llevado de mi ignorancia le propuse a Juan Fran que cambiase el cebo por otro menos realista que no atrajese tanto a las gaviotas.


El resultado de la salida fue: 
El timón funcionaba a la perfección. 
Pescamos dos hermosas melvas aunque todavía no puedo decir a que sabe el pescado recién sacado de la mar porque Juan decidió regalárselo a un amigo a quién le había prometido la primera captura que hiciese.
Pescamos dos grandes gaviotas de las que tampoco puedo hablar gastronómicamente hablando pues decidimos liberarlas.
La famosa rapala atrae por pares peces y aves marinas. 
Esto si que es sacarle provecho a una singladura. 

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