Aclararé que no es que nunca haya navegado de noche, pues en las regatas de altura como Alborán o Al Hoceima he disfrutado de ese aprendizaje de la mano de mi amigo Pepón o en las Baleares con mi maestro Patxi. Lo que echaba de menos era comenzar a practicar siendo yo el patrón; interpretar luces, tomar decisiones, evaluar los riesgos, llegar a puerto sin que un experimentado marino guiase mis pasos.
Siguiendo las enseñanzas de mis reputados profesores tomé la decisión de hacer un primer acercamiento para ir tomando contacto con esa otra forma de navegar y salí una tarde, casi a la caída del sol para hacer na comprobación del estado de mis luminarias y aprender como se veían las luces del puerto al llegar de noche. Menos mal que lo hice pues, la primera en la frente, tanto la luz de alcance como la de babor estaban fundidas. Tuve la suerte de encontrar bombillas e incluso, como encontré un duplicado exacto de la carcasa, cambié totalmente la de babor.
Con las luces funcionando debidamente y habiendo refrescado mis conocimientos teóricos sobre los diferentes significados de las que se divisan navegando de noche, había que encontrar un motivo suficiente para la salida y nos lo proporcionó la Feria de Málaga.
El pistoletazo de salida de los festejos es un espectáculo de fuegos artificiales que se lanzan desde el puerto. Acercarse a presenciar ese momento mágico desde el mar era una oferta que ni mi almiranta, normalmente algo reacia y temerosa de la mar (aunque hace grandes esfuerzos por superarlo), podía rechazar. Aun así invitamos a unos amigos por si les apetecía y ellos aceptaron encantados.
Como los fuegos se lanzan a las doce de la noche nadie se extrañará de que nuestra primera decisión fuese cenar a bordo, eso si, solo después de haber aparejado el barco para la singladura posterior: Cargamos gas oil para navegar con combustible de sobra, preparamos velamen y estibamos la carga que llevábamos.
Luego buen provecho
La distancia que hay entre el puerto base del Quimura y el puerto de Málaga es de unas tres millas y media (mas o menos). Yo había calculado un tiempo de una hora para recorrer esa distancia en el peor de los casos así que sobre las diez y media preparamos la salida habiendo lavado platos, vasos y limpiado todo como es debido.
La previsión meteorológica era de poco viento, tres cuatro nudos, y mar de fondo de un metro. Eso es lo que más me preocupaba sobre todo en relación a mi mujer pues yo deseo, siempre que salgo con ella, que disfrute sobre todas las cosas, se vaya aficionando al Quimura y vaya perdiendo el miedo a la mar. También yo debo ir aprendiendo que las previsiones meteorológicas deben interpretarse adecuadamente y eso, en muchos casos, se domina a base de ir comparando lo previsto con lo real. La noche era preciosa y la mar, aunque no un plato, era bastante agradable y llevadera.
Alcanzamos nuestro destino antes de lo previsto y perdimos el tiempo acercándonos lo mas posible a tierra para observar e intentar reconocer desde el agua lo que tantas veces hemos recorrido a pie. Debo reconocer que me dediqué a seguir el rumbo de otros barcos que navegaban con una seguridad y experiencia que a mi me falta y les usé de guías. De esta forma llegamos a distinguir la propia torre de la catedral malagueña, apodada la manquita pues solo tiene una, entre los edificios que daban a la orilla.
Tras flotar en la zona, navegar siguiendo a otros, descubrir rincones y disfrutar con la compañía y una agradable charla, un potente petardo dio inicio a los fuegos. No digo nada pero dejo dos imágenes que, para mi y sin ser buenas fotografías, son mucho mas elocuentes que cualquier cosa que yo pueda escribir.
Ver el disfrute de mis amigos junto a mi mujer, sentir que a ella se le había olvidado su miedo al agua y contemplaba embelesada el espectáculo me compensaba sobradamente la tensión de estar pendiente de las decenas de barcos que nos rodeaban, no todos con luces; de controlar donde nos llevaba el empuje de la corriente y olas y de hacer que nuestra borda estuviese siempre mirando cómodamente a los fuegos. Pienso si, a mi manera, no disfruté yo mucho mas que ellos.
Con la traca final comenzó la desbandada. El viento soplaba muy ligero e invitaba a izar velas y yo no me resistí. Mayor y genova bien desplegados con el motor en punto muerto y cuando le pedí a María que apagase el motor vino el detalle negativo de la noche: No se apagaba. Yo mismo pulsé el botón de desconexión pero nada. El reloj del voltaje tampoco indicaba nada pero el de temperatura si estaba operativo. No lo dudé. Arrié mayor, recogí el genova y aceleré un poco para llegar a puerto. A pesar del incidente no podía dejar de admirar la hermosa noche que estábamos viviendo.
Mis amigo me preguntaban que qué tal estaba y María contestaba por mi que, si no hablaba, era porque estaba pensando en cómo resolver el problema. Y no se equivocaba ni un ápice.
La experiencia previa que tuve de entrar anochecido me sirvió como oro en paño pues la entrada no tuvo ni un solo problema o duda. Tenía claras todas las referencias y el atraque fue de lo más limpio.
Para no alargar el tema os cuento que fui capaz de apagar el motor aunque ahora me toca ver si hay algún tipo de avería en el sistema eléctrico pero eso no tiene entidad de entrada en este blog.
El final del día fue tomarnos una copas de cava en la bañera del Quimura a las tres de la madrugada. Mis amigos decían que en mi honor pero yo brindé por Poseidón. Mi divino maestro.
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