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lunes, 15 de septiembre de 2014

Regata Bahía de Málaga - Bahía de Al Hoceima (1ª parte)

Ya he comentado en alguna ocasión que el espíritu competitivo no es algo que me caracterice. No genera en mi descarga de adrenalina alguna la lucha por llegar el primero. Sin embargo participo en regatas. Y es que considero estos eventos deportivos como una de las formas de aprendizaje mas completas. Una regata no deja de ser una carrera que obliga a las tripulaciones a sacar el máximo rendimiento de todos los factores, físicos y psíquicos, que intervienen en la navegación. Es desde ese punto de vista que enfoco mi participación en ellas. Pero si además esta es de altura, las enseñanzas se multiplican exponencialmente. Por eso no dudé un momento cuando Pepón, armador del Rewind, me propuso integrarme en la tripulación que estaba formando para participar en la primera regata Bahía de Málaga - Bahía de Alucemas. La posibilidad de volver a atravesar el mar de Alborán hasta las costas de Marruecos junto con una estancia de dos días en la ciudad de Al Hoceima tenía un atractivo difícil de rechazar. Sorprendentemente mi mujer, María, se apuntó en el último momento completando una tripulación de seis personas.
Aunque en un principio la salida estaba pensada para el viernes 5 de septiembre, esta se adelantó al día anterior en vista de las previsiones meteorológicas.
De esta forma nos encontramos a las siete y media de la tarde Paco, María y yo representando a nuestro barco en el Puerto del Candado para asistir a la reunión de patrones en la que nos informarían de los pormenores de la regata , mientras el Rewind, con Pepón, Susana y el otro Paco a bordo, navegaba desde Benalmádena intentando llegar a tiempo a la salida. Para añadir aún mas emoción al conjunto, los barcos no entrarían en el puerto para recoger a sus tripulaciones sino que un servicio de lancha nos llevaría hasta ellos.




Cargados con nuestros petates y junto a una decena de personas mas, salimos de la bocana del puerto a eso de las ocho y media de la tarde. De nuestro barco todavía no veíamos ni rastro. La lancha se fue acercando a cada una de las embarcaciones participantes e iban subiendo uno tras otro dejándonos solos sin que divisáramos el mástil del Rewind. Sólo en el último momento lo vimos llegar e inmediatamente la lancha se lanzó hacia él abarloándose a su costado mientras nosotros pasábamos nuestro equipaje primero y nuestra humanidad después a la bañera del Malbec 29 con el que íbamos a competir contra una flota de unos quince barcos todos de mucha mas eslora que la nuestra.
Poco a poco voy entendiendo los diferentes protocolos  que conforman la salida de una regata: Izado de banderas, señales, bajada de banderas etc de las que algún día me dará por hablar en una entrada dedicada a todas esas formalidades. Pero para no alargar el relato diré que a las nueve y cuarto de la noche sonó la bocina de salida y que partimos en una buena posición. Pepón, con gran intuición marinera, planteó un cambio de bordo muy rápido que nos llevo a estar en primera posición casi de inmediato. Pero no había viento. Y durante unas dos horas todos nos arrastramos miserablemente sobre la superficie cada vez mas oscura del agua.


Durante ese tiempo interminable pudimos comer, algo que entre la tripulación del Rewind se considera sagrado, y organizar las guardias para la noche que teníamos por delante. También escuchamos por radio como se retiraba uno de los participantes al romper la driza de mayor o contemplamos el sorprendente avance de otro mientras que el resto no nos movíamos atrapados en la encalmada. ¿cuantos caballos tendría su racha de viento?
De mi debo decir que el problema de estómago que padezco, una hernia de hiato que me obliga a medicarme con ranitidina dos veces al día, me iba a poner en serias dificultades.
Debido a lo apresurado de nuestra llegada al barco, los equipajes de cada uno se habían amontonado en el interior sin orden ni concierto y que una vez en carrera, nuestra atención se centró en atender a la navegación. Yo ni me acordé de tomar la pastilla de marras y eso me pasaría factura a lo largo de toda la travesía.


Mi reloj biológico me pide dormir a primera hora, por eso suelo escoger la segunda guardia para la que me siento mejor preparado. Así que a eso de  las once y media despejé como pude la litera de babor y rodeado de bultos y acompañado de un ardor de estomago de padre y muy señor mío, me dispuse a descansar contra viento y marea, nunca mejor dicho. De guardia quedaban las dos damas de la tripulación, Susana y María, junto con Pepón. Para entonces el barco navegaba a unos cinco nudos y medio empujado por vientos que oscilaban entre los quince y dieciocho nudos y buscando nuestro destino a rumbo de 162 grados. El viento y la ola nos entraban por la aleta de estribor y, aunque el mar no era precisamente un plato, la pericia de nuestro caña hacía la navegación bastante suave para un mar de marejada.


Cuando me despertaron para hacer el relevo, sentí de inmediato que mi cuerpo no estaba fino. El estómago revuelto y la cabeza espesa indicaban que el mareo había hecho mella. Subí los peldaños buscando el aire fresco de la noche con la confianza de encontrar alivio en él. Pero no habían pasado ni dos minutos cuando andaba dando de comer a los peces. Como "mal de muchos, consuelo de tontos", no me sentí tan humillado al estar acompañado en tan noble tarea por Paco.
A pesar de ello ambos asumimos nuestros puestos, el a la caña y yo con la mayor mientras el otro Paco, tercero en la guardia, nos acompañaba. El viento había subido. Ahora soplaba a unos 22 nudos con rachas que alcanzaban los 25. El velero avanzaba hacia las costas africanas a 7 nudos de velocidad.
Como único incidente digno de mención durante las tres horas largas que duró nuestra guardia hay que reseñar un role extraño del viento que nos llegó a desviar del rumbo durante unos minutos. Pero el patrón enseguida se hizo con la situación y volvimos sin mayor problema a la buena dirección. A partir de ese momento el viento, que mantenía su fuerza, nos hacia volar a ocho nudos con puntas de nueve, sobre un mar que se había quedado sensiblemente mucho mas calmado. Cuando la luna creciente se ocultó, el espectáculo impresionante de la bóveda celeste cuajada de estrellas se desplegó ante nosotros. Insisto: Impresionante. No creo haber visto nada parecido en ningún otro lugar. Describir lo que supone mirar al cielo en medio del mar es algo para lo que mi capacidad literaria no está preparada.
De esta forma continuamos hasta el cambio de guardia que tuvo lugar sobre las seis y media de la madrugada. Lamento no tener documento gráfico de la navegación nocturna, pero son fotos difíciles de realizar y mas aún estando de guardia con poca experiencia.
Suelo tener un muy buen dormir, además de rápido, y si físicamente no me encuentro redondo aún duermo mejor. Supongo que tendrá mucho que ver con la sabiduría del cuerpo que receta en función de las necesidades que detecta. Caí redondo en mi litera y no me enteré de nada (salvo los dolores de estómago) hasta las nueve de la mañana.
Ya he dicho que la comida es algo sagrado entre la tripulación del Rewind. Pueden caer chuzos de punta que el hambre no decae. Nada mas incorporarme a la bañera ya estaban dando buena cuenta de bocadillos, fruta, café (del termo, porque el cartucho de gas de la cocina estaba agotado y el repuesto se había quedado en el coche por lo que no pudo hacerse en ese momento). Lo cierto es que resultaba bastante cómico ver  a todos mis compañeros moviendo la mandíbula casi al unísono.



Algo que uno siempre espera en las navegaciones de altura es el encuentro con delfines. Suelen ser visitantes bastante fiables y en esta ocasión no nos defraudaron. Acudieron poco después de despertarme y, aunque mis reflejos no estaban aún bien engrasados, si alcance a fotografiar una aleta para dejar constancia. Por contra, me sentí incapaz de fotografiar a los que nos acompañaron por la noche. Fue una imagen realmente sorprendente. Los delfines de noche y con luna son como fantasmas fosforescentes. Apenas una sombra refulgente que se desliza velozmente a los costados del barco dejando una estela de espuma que no estás seguro de poder afirmar haya sido producida por un ser vivo. Nunca me hubiera imaginado nada parecido. Otro de los avistamientos curiosos lo constituyó la presencia durante algunos segundos de una pareja de calderones. No son precisamente animales sociables y el que se mantuviesen a la vista esos segundos nos llamó poderosamente la atención.


Habíamos dejado a la tripulación alimentándose y con la costa marroquí ya a la vista. El viento había caído sensiblemente, ocho o diez nudos, y nuestra velocidad había descendido proporcionalmente. Pepón ordenó sacar el asimétrico para aprovechar al máximo las rachas portantes que nos venían por la aleta. Por radio comenzamos a escuchar como los primeros competidores iban logrando cruzar la línea de llegada, que por cierto, no se parecía en nada a lo que en la reunión de patrones nos habían dicho que sería.


La bahía de Alucemas es una bien protegida ensenada, orientada a levante, rodeada de altos acantilados y farallones donde se asientan casitas y pequeñas poblaciones. En general el aspecto es bastante árido, casi diría que desértico, aunque se pueden contar algunas zonas de bosques de pino con toda la pinta de ser mantenidos contra la ausencia de lluvia a base de trabajo y  riego a mayor gloria de los hoteles que rodean.
Logramos escuchar la bocina de llegada a las dos y cuarenta de la tarde del viernes. Detrás todavía faltaba por llegar  un barco por lo menos.


El puerto de Al Hoceima  estaba vacío, salvo la zona ocupada por los veleros participantes en la regata que ya habían llegado. Curiosamente la organización había impuesto que nos abarloásemos de tres en tres en una zona determinada. Sin entender demasiado esta norma ante tanto espacio sin uso, ocupamos nuestra posición y realizamos los trámites de entrada en Marruecos que, al parecer, iban a tener un tratamiento especial facilitando todo el papeleo. Algo que casi, casi consiguen.



Pero la hospitalidad marroquí si que estuvo presente. Una recepción con alfombra, regalos de camisetas, músicos, pasteles y te verde casi para nosotros solos (casi todos los demás ya lo habían disfrutado) nos mantuvo entretenidos hasta casi las cinco de la tarde, hora en que, con todos los pasaportes por fin en nuestra mano debidamente sellados, un microbus nos condujo hasta el hotel que nos habían reservado.





En una segunda entrada contaré detalles del hotel, la regata costera, el paseo por el pueblo y la vuelta a Málaga. Así que .... continuará.

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