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jueves, 27 de septiembre de 2018

Primera noche a bordo

Se que a muchos les parecerá increíble que solo ahora, tras mas de cuatro años como patrón del Viejo Quimura, haya optado por realizar una travesía que implicaba pasar una noche a bordo. Pero es lo que tiene la mezcla de velero con muchas necesidades de mantenimiento (por no decir de actualización a los tiempos modernos) y patrón con mas necesidad todavía de coger confianza y seguridad en su trabajo como capitán. 
De todas formas no vayáis a creer que no lo echaba en falta porque os equivocaríais. Cada vez se me quedaba mas pequeña mi bahía malagueña y en cada singladura el horizonte se me hacía mas atractivo sin contar con que todo mi trabajo de mantenimiento y arreglo del barco hacía cada vez mas adictiva la idea de habitarlo de forma mas estable. 



 Pero finalmente mi almiranta accedió a acompañarme en la primera salida que me vino a la cabeza. Nada del otro mundo: llegar hasta Marina del Este en Almuñecar y vuelta. Claro que, sabiendo quien me acompañaba, la propuesta era a cámara lenta: Primer día hasta Caleta de Velez y segundo día hasta Almuñecar. Menos de 18 millas en cada salto. Aparte de la alegría que para mi significaba que mi mujer quisiera acompañarme y que, superando sus miedos, se atreviese a afrontar una travesía de varias horas, estaba también el componente de aprendizaje. Que llevar de ropa, alimentación, aseo, entretenimiento, bebidas, limpieza teniendo en cuenta las dimensiones y capacidad del Quimura. Comprobar experimentalmente que implica usar la cocina y preparar comidas, cenas o desayunos; que tal nos manejábamos con el calor o el frío. Vamos, comenzar a entender los principios básicos de vida a bordo. 
Yo siempre he defendido que una de las cosas por las que amo el mar y los barcos es porque sus reglas y conceptos elementales son diferentes. El valor de los objetos cambia, la importancia del orden y la estiba, los conceptos de seguridad, eficacia, convivencia, comodidad y otros muchos que no cito por no aburrir, adquieren valores que difieren radicalmente de los que tienen en la vida terrestre. Y mi intención era abrir la rendija de esa puerta para comenzar a entrever lo que podría encontrar al franquearla. 


Preparar la salida con María ya fue interesante. Organizar lo que desayunaríamos, comeríamos o cenaríamos, donde lo íbamos a guardar a bordo, preparar el petate, estudiar la meteorología, como organizar el mantenimiento de las bebidas y alimentos en fresco (no tenemos nevera), pensar el las reservas de gasoil o de agua, o estudiar como podríamos tener acceso a televisión o entretenimientos. Se que para los que ya sois duchos en estos temas os parecerá casi infantil ilusionarse con estos temas puramente organizativos pero para mi suponían un paso mas en alcanzar ese sueño que ha dado nombre a mi barco. 
Y con todo organizado decidimos salir aunque con una importante modificación: cambiábamos la ruta pues las predicciones meteorológicas nos advertían que al tercer día (primero del regreso programado) se esperaban vientos de 12-14 nudos y olas de mas de un metro. Le estuve dando muchas vueltas y hasta pregunté a patrones mucho mas avezados que yo sobre la conveniencia de soportar esas condiciones o no. Al final la decisión fue que no. Sobre todo porque yo no quería que esta primera salida supusiese para mi mujer un susto o una situación incomoda. Por el contrario quería que quedase en su recuerdo como una muy agradable experiencia. Así que la ruta quedó en llegar el lunes hasta el puerto de la Caleta de Velez y volver al siguiente.
Amaneció un día de calor casi bochornoso, sol radiante y mar plano como si lo hubiesen alisado con paleta de albañil. El viento brillaba por su ausencia y nosotros, tras el estibado de todo el equipaje y "achiperres" variados, encendimos el motor y soltamos amarras. Como, salvo cambios repentinos, el motor iba a ser nuestra principal fuerza de empuje, pusimos a mi "manolito" a trabajar desde el primer minuto.


Teníamos por delante unas cuatro horas hasta llegar a nuestro destino acompañados del ruido del motor y con la mayor izada. Charla agradable combinada con momentos de ensimismamiento personal nos fueron llevando hasta el momento en que sentí que el viento llegaba. Desenrollamos el génova y apagamos el motor. Solo fueron cuarenta maravillosos minutos, pero ya sabéis lo que se siente en ese momento en que el silencio se adueña de la navegación y tomas conciencia de que el dios Eolo es tu motor: ecológico, barato, silencioso y emocionante. 


No duró mucho pero fue suficiente. Cuando volvió a caer recurrimos de nuevo a la mecánica y avistamos nuestro destino. La bocana del puerto de la Caleta es bastante amplia ya que es un puerto que combina la actividad pesquera con la deportiva. Nada mas entrar, a babor, te encuentras el puerto pesquero al que además aconsejo visitar pues es unos de los centros de venta de pescado importantes y merece la pena sumergirse un rato en su vida. Ver como manejan sus barcos es todo un espectáculo. Barcos de todos los tamaños entran y salen con una alegría y capacidad de movimiento que a mi me asombra. Unos cia boga en un palmo de agua, unos amarres que implican conocimiento casi matemático de comportamiento del barco y un trato cercano y sencillo. 
El marinero que nos atendió, enviado por la mujer con la que hablamos por radio, fue, como en tantas ocasiones, eficaz y amable. Yo tenía algo de reparo porque era la primera vez que amarraba con el Quimura en un puerto distinto del mío. Me daba vergüenza cometer un error y estaba tan pendiente de la maniobra que lo cometí en lo mas tonto:  acostumbrado a que en mi amarre habitual tengo dos cabos y preparados en tierra, se me olvidó que debía preparar cabos de amarre. Caí en ello cuando casi estaba llegando al puesto asignado. Menos mal que rápidamente saqué un par y se los dí a María. Solo se necesitó uno y todo se realizó sin problemas y a tiempo. Pero creo que no se me volverá a olvidar ese pequeño "detalle"  


Eran las cuatro y media de la tarde y el calor subido de tono. Comimos agradablemente refrescados por el ventilador y luego, tras convertir el salón en dormitorio pues en el camarote de proa no había quien descansase por el bochorno, María se quedo descansando y yo me fui a cumplimentar la llegada en las oficinas. El marinero me había dicho que fuese a partir de las cinco de la tarde  así que imaginé que no habría prisa pues cerrarían sobre las siete y media  mas o menos  pero me equivoqué pues sobre las cinco y pico se volvió a acercar para decirme que fuese porque iban a cerrar. No dije nada, claro, y salí rápidamente. Como en esto también era la primera vez que yo realizaba todo ese proceso burocrático me sorprendió comprobar que me tenían que dar de alta. ¿en qué? Pues no tengo ni idea. Pero parece que como he cambiado el nombre y la bandera del barco, tenían que registrarlo en esta ocasión de esta forma las siguientes veces que llegase a puerto mis datos estarían disponibles. 

Siesta, paseo hasta Torre del Mar, un precioso pueblo costero de la Axarquía malagueña que es casi continuación del de  Caleta de Velez y al que solo se tarda en llegar alrededor de quince minutos desde el puerto nos amenizaron la tarde hasta que sobre las 10 de la noche subíamos de nuevo a bordo para cenar. 


Melón con jamón regado con vino, sentados en la bañera del Quimura bajo la luna llena fueron un hermoso colofón para el primer día. Previendo algo mas de fresco nocturno y el punto de humedad preparamos el camarote de proa para dormir. Para mi la noche no tuvo problemas si no fuese por que se me olvidó tomar mi pastilla para la hernia de hiato, jejeje. Lo sobrellevé con dignidad y hasta llegué a dormir con cierta tranquilidad. Me levanté a mi hora acostumbrada, temprano, y después de desayunar mientras mi mujer continuaba durmiendo, la preparé a ella el café así que cuando se desperezó solo tuvo que sentarse y disfrutar su primera comida del día. 


 E iniciamos la vuelta. El día era una copia exacta del anterior y la singladura casi que también fue otra reproducción. Nos llamaron la atención campos de gaviotas que apenas se movían cuando llegábamos. Ni el ruido del motor parecía impresionarlas.


Y de esta manera retornamos de nuevo a nuestro puerto malagueño. Como tantas veces le digo a mi almiranta, para mi cada experiencia supone una confirmación mas de que esto es lo que quiero vivir. Con mas intensidad, durante mucho mas tiempo y hasta que la fuerza no me permita aguantar las demandas de navegar. 

Solo me queda una espinita clavada: los dos días en que la previsión meteorológica anunciaba vientos y olas que podrían haber asustado a mi mujer han quedado en agua de borrajas. Yo creo que podríamos haber realizado el viaje que habíamos preparado pero como la decisión fue mía, solo me queda seguir aprendiendo e intentando interpretar como es debido las previsiones. 

Es lo que tiene la vida del mar: no te deja anquilosarte. 


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