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domingo, 9 de junio de 2013

Regata de Alborán 2013

A pesar de que todos aquellos que me conocen, saben que ni me gusta la velocidad ni tengo espíritu competitivo, sigo haciendo regatas. y lo hago haciendo caso de la recomendación de dos trasmundistas que me merecen el máximo respeto: Isabel y Guillermo, armadores del TinTin. Ellos comentan en su libro que la regata es una fantástica escuela de navegación. Y como yo me lo creo y el patrón del Barco en el que navego es un participante habitual de todo tipo de regatas pues aquí me veis ejerciendo de tripulante en ellas con espíritu de aprendizaje y alma de esponja capaz de absorber cualquier información que se me ponga delante.

La regata de Alboran lleva ya 36 ediciones.Una preciosa travesía desde el puerto del Candado en la costa este de Málaga hasta la Isla que da nombre a la regata. Algo mas de 70 millas atravesando el canal de Gibraltar, donde los vientos pueden llegar a ser importantes. En esta ocasión se celebra saliendo el día 31 de  mayo y con tiempo límite de llegada hasta el domingo dos de junio a las ocho de la tarde

Nuestro barco tiene su base en Benlamádena. Así que quedamos en ir juntos en el coche. A las siete y media de la mañana del viernes 31 me encontraron esperando en el lugar de la cita



Como somos una tripulación muy pulcra, limpiamos la cubierta con un manguerazo antes de zarpar hacia el puerto del Candado desde donde se dará la salida. Hay que dar buena impresión.


Y con una mañana que apuntaba a preciosa nuestro patrón nos guía hacia la bocana del puerto.


Al llegar ya vemos otros veleros que están esperando en la bahía.


Además del barco de la Armada que nos acompañará durante la travesía.




La bocana del puerto del Candado es muy complicada. La arena forma una barrera que en muchas ocasiones impide el tránsito. Susana cantaba la sonda: un metro, ochenta centímetros, sesenta, cuarenta, veinte....y todos a colgarse como chorizos en estribor para escorar el barco y levantar la orza para poder pasar. Aun así oímos: cero centímetros. Pero pasamos. Había que presentar la documentación.


Aprovechando la brevísima parada, le hacen una entrevista al patrón. Es lo que tiene el prestigio y la fama.


Después de ejercer de nuevo de choricillos para poder salir del puerto, nos dedicamos a aparejar el barco ya con vista a la regata. Como se puede comprobar por la foto, somos unos clásicos. No llevamos enrollador aunque si un perfil doble.


Poco después nos visita la inspección de seguridad del comité. Nos encuentra debidamente preparados: los chalecos con la línea de vida puestos en todos los tripulantes, la bolsa con la lancha salvavidas, la radiobaliza en su lugar y los espiches a mano. Todo en orden y tras una alabanza a la tripulación, abandona la nave rumbo a la siguiente. El protocolo de salida comienza sobre la una menos nueve minutos y a la una de la tarde zarpamos hacia Alborán en competición con otros 14 veleros. Somos el más pequeño de la flota pero avanzamos sin complejos, mas o menos en medio de ella.

El trazado consiste en once millas en común, los 22 veleros, hasta una puerta situada a esa distancia de la bocana del Candado donde la flota se separa. Los que están despachados para navegación de altura, 14, seguimos rumbo hacia la isla mientra que el resto hacen el recorrido costero poniendo rumbo a la punta de la Mona, en Motril, y vuelta al puerto de origen.


Las previsiones meteorológicas daban vientos de poniente muy suaves, fuerza dos o tres, con algunas puntas de cuatro o cinco. Las olas no deberían pasar en ningún caso de un metro. Las previsiones. La realidad se mostraba bien diferente: El viento de poniente, si, pero no bajaba de los 18 nudos desde las primeras millas y las olas no eran inferiores al metro. El caña iba ordenando el trimado de las velas según se lo indicaban las rachas y toda la tripulación disfrutaba de una navegación que se hacía mas rápida por momentos.


De repente Alberto, nuestro caña, hace un gesto de dolor. Parece que la ha dado un tirón en la espalda. El dolor no disminuye y termina por hacerle dejar el timón a Pepón. Estamos en regata. Es una frase que escucharé repetidamente durante las próximas horas. Significa que pase lo que pase se soluciona sobre la marcha. Sin detenerse. Fernando se ofrece a dar un masaje al accidentado y ambos bajan al interior para intentar aliviarle en la medida de lo posible.


Las risas se adueñan de la bañera por lo que de equivoco tiene la situación. El buen humor impera. Pepón ordena izar el espinaker. en cuanto comenzamos a volarlo el barco da un salto y alcanzamos velocidades de hasta nueve nudos con tres.



Como el viento arrecia y comienza a estabilizarse alrededor de los 22 nudos, arriamos el balón y tomamos un rizo. También cambiamos el foque. Ponemos un número dos. La travesía continua placentera gobernando en esta ocasión Paco. Mi puesto en esta primera parte ha sido el de banda con resultados catastróficos. Pasar por debajo de la botavara no es lo mió. Me quedo enganchado. Me falta agilidad. No encuentro el momento. Acabo magullado y herido. La conclusión que saco es que ese trabajo necesita, como todos, mucha mas práctica. También puede que no sea el idóneo para alguien que ya ronda los sesenta años.



Vamos lanzados y en un momento dado al patrón se le ocurre que es el momento de que yo coja el timón. Mi experiencia como caña se ha desarrollado preferentemente en días de buen tiempo, sin mucha ola y sin la presión de una regata. pero para eso estoy aquí: para aprender en todas las condiciones posibles de viento  y ola. Me ponen al mando e  intento seguir el rumbo sin dar demasiadas guiñadas. Alberto me va indicando la forma correcta de negociar la ola. Debo dejar que me entre por la aleta para que luego  me empuje, como a una tabla de surf, y terminar resbalando para recibir a la siguiente. Se trata también de no permitir que la cresta me rompa en el costado porque entonces la ducha general está asegurada. Y eso como mal menor. Debo reconocer con mucha vergüenza que en dos o tres ocasiones dejé a la tripulación empapada. Pero ningún reproche por su parte hacía mi desastrosa actuación.


Es curiosa la sensación que provoca este tipo de carrera, pues eso es lo que es en definitiva. Primero te sientes en competición. Ves a tu oponentes. Evalúas si van delante o no, si llevan mas velocidad o es tu barco el que va ganando terreno. Pero llega un momento en que pierdes la noción de estar compitiendo porque predomina la de estar navegando. Quizá por eso el patrón no hacía mas que repetir: señores, que continuamos en regata. Y es que esas velas que antes te servían de acicate, tanto si estaban delante como si se veían por la popa, ahora han desaparecido. Imaginas que andan por ahí, pero de las catorce que tomaron la salida, a lo mejor solo divisas dos muy, muy lejanas.

A eso de las nueve de la noche solo nos faltan 5 millas para alcanzar Alborán. Estamos eufóricos. Pero en la mar nunca puedes dar nada por sentado. De improviso el viento cae y pasamos de navegar a diez nudos a flotar miserablemente a dos desesperantes nudos. Eso si, en cuanto se pone el sol el espectáculo del cielo se muestra de una forma esplendida. Creo que solo en el mar puede disfrutarse una visión como esta. Un despliegue de estrellas, constelaciones, planetas y satélites se muestra delante de nuestros ojos ante lo que solo queda callar y admirar tanta belleza. No hago fotos. No hay foto que pueda trasmitir esa imagen.

En nuestro horizonte se han encendido otras luces: las de los pesqueros que faenan en la zona. A medida que nos acercamos, los destellos nos indican que tenemos a la vista el faro de Alborán. Inmediatamente buscamos al barco comité que debe estar hacia el sur. Pero no hay nada. Llamamos por radio pero no nos contestan hasta que otro participante de la regata nos hace de puente. Resulta que el barco comité se ha ido al socaire de la isla porque no estaba demasiado cómodo después de todo el día fondeados en su sitio. Una gracia, vamos.


Tomamos la isla sobre la una de la madrugada y se hacen los turnos de guardia. Me mandan a dormir y yo, tripulante disciplinado donde los haya, acato sin rechistar. Fiel a mi costumbre caigo como un bendito. Siempre he dicho que nada como la conciencia tranquila para dormir como un lirón. Me despierto con sensación de haber dormido demasiado. Algo no encaja. Yo esperaba el despertar algo brusco del cambio de guardia a las tres o cuatro horas pero lo he hecho por mi mismo, sin nadie que me zarandease. Tampoco el barco se mueve como para haberme sobresaltado y además la luz del día se está abriendo paso. Subo a la bañera y me encuentro a casi toda la tripulación despierta. Simplemente no me han llamado porque no tenían sueño y se han tirado toda la noche en vela.
El sol comienza a elevarse sobre el horizonte. Y la noche pasa factura. Nos quedamos Alberto, Fernando y yo en cubierta mientras el resto baja a descansar.



Me cuentan que el viento ha caído tanto durante la noche que ha llegado a flotar como un corcho, casi sin gobierno.Se esperaba un role a levante pero parece que todavía no se ha instalado de forma clara. Vamos a tres nuditos o cuatro. Un tanto desesperante cuando has estado navegando apenas hace unas horas a esos fabulosos diez nudos de velocidad. Alberto no lo duda demasiado. Vamos a levantar de nuevo el Spi.



Somos un club de Vela Adaptada y nuestra vela luce orgullosa el símbolo que nos identifica como tales: algo piratillas y con muletas. Con el rumbo que llevamos y un viento nornoreste, el patrón decide un trimado de velas que me parece curioso e interesante. Deja que el tangón se vaya casi hasta tocar el estay de proa y muy cerca del balcón. De esta forma el Spi casi trabaja como una inmensa génova. Con esta disposición empezamos a mejorar nuestra velocidad. Pasamos casi enseguida a hacer seis nudos.


La navegación es muy cómoda. Viento suave, mar plano como un espejo y calor. Ideal para hacer afición. Pero no navegamos de crucero sino que "señores, seguimos en regata". Así que en cuanto la tripulación al completo esta de nuevo reunida en la bañera comenzamos a distribuir pesos para ayudar al barco. Pero nuestro sistema de propulsión, lejos de aumentar, va disminuyendo paulatinamente. Tres nudos, dos nudos. Desesperante. El balón siempre arriba buscando la menor brisa de viento que pueda empujarnos. El calor que, por contra, si que va incrementando en grados, y el mar como pulido por un orfebre.


La flota está absolutamente desperdigada. Muy a lo lejos divisamos el destello blanco de una vela o la pincelada colorista de un espinaker izado.

El tiempo se arrastra con nosotros y lo aprovechamos todos para comer un poco mas decentemente y para descansar aquellos que no han dormido. Esas horas al ralentí nos permiten disfrutar de los paisajes costeros por los que pasamos. Las montañas todavía blancas por la nieve de Sierra Nevada son toda una postal.


También recibimos, como no, la visita de los delfines.





A medida que nos vamos acercando a la meta comenzamos a confluir varios veleros con lo que la sensación de regata se incrementa. Observamos las evoluciones de nuestros competidores y las valoramos en función de sus resultados. Las comparamos con nuestras propias decisiones y resultados y de esta forma vamos matando esas lentas horas hasta que el sol comienza a caer. 


Los vientos térmicos hacen su aparición y nos permiten recobrar velocidad, cinco o seis nudos, que nos acercan a nuestro destino y nos reaniman del sopor de todo el día bajo un sol de justicia y para mi, un curso intensivo de manejo del espinaker. Nos hemos ido acercando a la costa esperando este tipo de vientos en la confianza de que mas hacia dentro la situación sería mucho peor. Aparentemente nuestra estrategia era buena y los resultados parecen darnos la razón. Vamos dejando atrás esas velas que teníamos a la vista. Pero, una vez más, las cosas en la mar, y como la misma mar, son cambiantes. 
El viento nos abandona de nuevo a dos millas de la linea de llegada. La gran vela cuelga inerte empujándonos a un nudo o nudo y medio. La noche se ha enseñoreado de la bahía pero vemos por babor como las luces verdes de un velero avanzan hacia nuestra anhelada línea de llegada mientras nosotros apenas nos movemos. Susana canta la velocidad y la distancia que nos queda   para alcanzar la meta. Fernando vuela, por decirlo de alguna manera, el spi casi compulsivamente tumbado en el asiento de la bañera para aliviar la tensión del cuello. La tensión se puede palpar. Silencio solo quebrado por la voz de Susana que continúa incansable cantando velocidad y distancia. 

Oímos impotentes como la sirena da entrada a la luz verde que teníamos por babor y como por detrás llega otra nueva. Casi navegando con la corriente nos acercamos pulgada a pulgada mientras ya podemos ver como esa nueva luz se convierte en un catamarán que avanza sobre la boya. Suena de nuevo la sirena pero ..algo ha pasado. La radio suena de repente y desde el catamarán informan al comité que han tomado la boya por el sur por lo que la entrada no es buena. Nosotros estamos casi encima de la boya. De repente el patrón grita: Abajo el espi. La maniobra se realiza a trompicones. La corriente nos está echando encima de la boya. De nuevo el patrón grita: a proa y estribor. Ahora si reaccionamos como uno solo. Nos colocamos en la posición indicada y el barco se clava de proa dejando que la popa se vaya con la corriente y así, entrando de popa a una distancia de apenas 20 centímetros de la boya, escuchamos como la sirena nos da la bienvenida. Son las once y media de la noche. Hemos tardado 34 horas y media en recorrer las mas o menos las ciento cuarenta y ocho millas que es preciso navegar para ir y volver de Alborán. Somos los sextos en tiempo real y terceros en nuestra serie. Un buen resultado y, para mi lo mas importante, otra experiencia que sigue aportándome conocimiento en este apasionante mundo y me confirma que estoy en el buen camino. 



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