El miércoles me despertó con vientos de unos 18 nudos y el cielo semejante a una losa grisácea. Ante el profundo sueño de mis compañeros me fui al bar del puerto a desayunar y escribir en solitario durante un rato. Parece que sobre el equipo se ha abatido una especie de letargo al saber que ni hoy ni mañana serán los días que nos verán zarpar. Problema de tipo burocrático con el seguro nos tiene aquí retenidos y aunque hay algunas cosas por hacer todavía, ninguna tiene carácter urgente o imprescindible. A pesar de ello, como el tiempo sin hacer nada se hace interminable, en cuanto el resto se levanta y desayuna los atacamos diligentemente.
Pepón y Paco instalan la batería; se revisa el circuito de agua y se rellenan los depósitos; se cargan todos los bidones de gasoil, noventa litros, con los que rellenamos el depósito y se vuelven a dejar llenos. Susana y yo actualizamos los tubos del gas de la cocina y comprobamos su correcto funcionamiento. Se vuelve a intentar conectar el GPS con la radio con el mismo resultado fallido. Pero el día es muy largo y nos tomamos el trabajo como un divertimento para matar el tiempo.
El jueves seguimos con la misma dinámica con alguna sorpresa. Por ejemplo, la bomba de achique, sin instalar, nos descubre por qué: no cabe de forma alguna en la sentina del barco. La hemos dejado montada, con una conexión eléctrica externa y un tubo de achique provisional. Por la tarde, aburridos, nos ponemos a revisar la línea eléctrica que alimenta la iluminación del salón. Tiene tres placas con dos mini fluorescentes cada una pero no se enciende ninguno. Pepón me dice que desmontemos el techo porque el problema está en el cable o en alguna conexión. Antes, obviamente, habíamos intentado ponerlas a funcionar sin acometer ese trabajazo. A Paco casi le da un infarto al ver la osadía que tenemos al quitar el techo, pero bajo la dirección de nuestro Capi, conectamos como es debido las luces y reinstalamos de nuevo ese techo mejorando en lo posible, dados los medios con los que contamos, su presencia. Las siguientes fotos ilustran ese proceso.
Las problemas de papeleo ya estaban resueltos y la noche del jueves nos alcanzó cenando y soñando con que fuese la última que nos viese hacerlo pues al día siguiente diríamos adiós a ese pueblo en el que, personalmente, tan bien me había encontrado. Pero, claro, en el mar uno propone y cualquier deidad dispone. La mañana del viernes nació envuelta en una niebla que casi cortábamos con cuchillo y el Capi optó por retrasar la partida. Eso nos llevó de nuevo a llenar las horas con trabajos entretenidos como cambiar la pantalla de las luces de posición (la anterior tenía una grieta), a fabricar una caña de fortuna por si la rueda nos diese algún disgusto, a terminar de dejar instalado el fondeo con parte de cadena y parte de cabo ya que no funcionaba el molinete y, si fuese necesario usarlo, habría que hacerlo a puro musculo y decidimos aliviar en lo posible su peso. En fin que, una vez mas, logramos que el día se pasase algo mas entretenido, lo que siempre es de agradecer.
Tengo que reconocer que, para entonces, los ánimos ya andaban templaditos y a todos nos estaba resultando excesivamente largo ese tiempo previo a la travesía que nos había llevado hasta allí. Quizá por ello el sábado, ante un nuevo día de niebla y alguna vacilación inicial, Pepón dio orden de zarpar. Podéis imaginar perfectamente que no hubiese ni la mas mínima queja. Por el contrario, estábamos listos en menos de quince minutos. Y así, de popa, iniciamos nuestra salida hacia el océano Atlántico.
Antes de cerrar esta entrada dejadme comentar algo sobre el plan de navegación. La norma establecida (y aceptada) por todos es que la navegación sería de día, por lo menos durante el tiempo que tardásemos en recorrer la costa oeste de Portugal. Queríamos evitar a toda costa la posibilidad de enganchar un trasmallo o cualquier boya de pescadores con las que, nos habían advertido insistentemente, nos encontraríamos frecuentemente . Por otra parte, al ser una costa que visitábamos por vez primera, desconocíamos los puertos donde quisiésemos pasar la noche y, como he leído tantas veces en blogs de navegantes experimentados, el Capi prefería, ante la duda, salir y llegar siempre con la luz del día. Eso nos dejaba singladuras de unas diez horas mas o menos lo que a la velocidad de crucero que podíamos llevar, unos seis nudos de media, nos permitirían recorrer alrededor de sesenta millas diarias. Este era el plan adoptado aunque con pleno conocimiento que en el mar, como me decían riendo Pepón y Susana, sabes cuando zarpas pero nunca cuando arribas. Y bien que lo he aprendido. Aunque eso lo relataré en otra entrada pues no quiero mezclar el tiempo en Ribeira con las jornadas navegando. Así que os dejo con la proa del barco cortando la niebla hacia la boca de la Ria de Arousa y diciendo: hasta la próxima
Las problemas de papeleo ya estaban resueltos y la noche del jueves nos alcanzó cenando y soñando con que fuese la última que nos viese hacerlo pues al día siguiente diríamos adiós a ese pueblo en el que, personalmente, tan bien me había encontrado. Pero, claro, en el mar uno propone y cualquier deidad dispone. La mañana del viernes nació envuelta en una niebla que casi cortábamos con cuchillo y el Capi optó por retrasar la partida. Eso nos llevó de nuevo a llenar las horas con trabajos entretenidos como cambiar la pantalla de las luces de posición (la anterior tenía una grieta), a fabricar una caña de fortuna por si la rueda nos diese algún disgusto, a terminar de dejar instalado el fondeo con parte de cadena y parte de cabo ya que no funcionaba el molinete y, si fuese necesario usarlo, habría que hacerlo a puro musculo y decidimos aliviar en lo posible su peso. En fin que, una vez mas, logramos que el día se pasase algo mas entretenido, lo que siempre es de agradecer.
Tengo que reconocer que, para entonces, los ánimos ya andaban templaditos y a todos nos estaba resultando excesivamente largo ese tiempo previo a la travesía que nos había llevado hasta allí. Quizá por ello el sábado, ante un nuevo día de niebla y alguna vacilación inicial, Pepón dio orden de zarpar. Podéis imaginar perfectamente que no hubiese ni la mas mínima queja. Por el contrario, estábamos listos en menos de quince minutos. Y así, de popa, iniciamos nuestra salida hacia el océano Atlántico.
Antes de cerrar esta entrada dejadme comentar algo sobre el plan de navegación. La norma establecida (y aceptada) por todos es que la navegación sería de día, por lo menos durante el tiempo que tardásemos en recorrer la costa oeste de Portugal. Queríamos evitar a toda costa la posibilidad de enganchar un trasmallo o cualquier boya de pescadores con las que, nos habían advertido insistentemente, nos encontraríamos frecuentemente . Por otra parte, al ser una costa que visitábamos por vez primera, desconocíamos los puertos donde quisiésemos pasar la noche y, como he leído tantas veces en blogs de navegantes experimentados, el Capi prefería, ante la duda, salir y llegar siempre con la luz del día. Eso nos dejaba singladuras de unas diez horas mas o menos lo que a la velocidad de crucero que podíamos llevar, unos seis nudos de media, nos permitirían recorrer alrededor de sesenta millas diarias. Este era el plan adoptado aunque con pleno conocimiento que en el mar, como me decían riendo Pepón y Susana, sabes cuando zarpas pero nunca cuando arribas. Y bien que lo he aprendido. Aunque eso lo relataré en otra entrada pues no quiero mezclar el tiempo en Ribeira con las jornadas navegando. Así que os dejo con la proa del barco cortando la niebla hacia la boca de la Ria de Arousa y diciendo: hasta la próxima
Qué foto tan bonita la última, aunque con ese ambiente da un poco de dentera hacerse al oceano.
ResponderEliminarUn viaje interesante ese que hicisteis; aqui me tienes, pendiente de tus singladuras.
Un abrazo
Algo de delantera da, Ana. Yo tenía que pasar por ahí porque era mi curso de iniciación a la navegación con niebla. Jeje. Muy didáctico. Gracias por estar conmigo
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