El tiempo ni se estira ni se encoge, solo avanza. Escrupuloso cumplidor de su deber, realiza su cometido sin permitir influencia alguna. No acelera en función de nuestra angustia ni frena su avance para prolongar el bienestar. Inmune a nuestras emociones, avanza implacable e impertérrito sin destino ni descanso.
Podemos percibirlo de formas diferentes en función del estado de ánimo en que nos hallemos, pero eso no le altera en lo mas mínimo. Probablemente opine que en cuanto humanos somos incapaces de comprender la divina grandeza de lo inmutable y por ello nos vemos obligados a darle valores distintos para cada ocasión.
Para mi, en estos momentos, el dios Cronos tiene forma de perezoso, ese animal que parece vivir a cámara lenta con respecto a los demás. La existencia se arrastra como si tuviese es motor estropeado y fuese al ralentí.
Siento esta espera como si me hubiesen colocado en el banco de la paciencia para probar el aguante de mi temperamento. Cada día paso por delante del puerto donde se encuentra amarrado Quimura. No es que quiera hacerlo, es que es el camino habitual entre mi trabajo y mi casa (de hecho, ese detalle fue uno de los factores que nos ayudaron a decidir su compra). El puerto se encuentra justo al borde de la carretera y desde ella se ven los pantalanes. Suelo detenerme unos minutos solo para contemplar la popa de mi barco. Esta en el muelle sur, lejos de donde paro la moto. Es ese, el primero pequeñito; el que está al lado del grandote y cerca ya de la bocana. Aprecio su popa afilada, su mástil con los peldaños para acceder a la punta, su bimini desplegado ahora. Disfruto comprobando el casi imperceptible balanceo que tiene amarrado cuando los demás de su entorno bailan al son de las ráfagas de viento.
Y me ganan las ganas. Las ganas de ir mas allá de la verja y de estas paradas de espía, casi de incógnito. Las ganas de poder llegar con la moto hasta su proa y subir a bordo para tomar un bocadillo antes de salir a navegar. O quedarme simplemente leyendo o tocando el acordeón. O dedicarle la tarde poniéndolo cada vez más a punto. O ....
Entonces despierto de mi ensoñación y me doy cuenta de que solo estoy en el banco de la paciencia; que aun me quedan un par de meses para considerarlo realmente mío y que todos esos sueños se hagan realidad. Así que arranco de nuevo y continúo mi camino a casa.
El tiempo va a seguir corriendo. A el no le importa mi urgencia, pero tampoco se va a detener para fastidiarme. El tiene un trabajo que hacer y a ello dedica su atención. No a fijarse en la figura de un tipo algo barrigón que sentado en una Vespa contempla con sonrisa boba la estampa de un puerto con la vista fija en un solo punto: la popa de un velero. El banco de la paciencia.
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