Se dice que un barco da dos alegrías a su armador: el día en que lo compras y el día que lo vendes.
Creo que este aforismo lo creó alguien que no amaba la mar. Acabo de ser testigo de lo falso de la frase.
Entre las muchas cosas buenas que navegar me ha ido dando desde que decidí iniciar este camino, quizá la mas relevante sea la de haber podido conocer a gente fantástica. Y ha sido así desde el principio. Mi primera travesía importante me la ofreció un perfecto desconocido. Os cuento.
A través de un foro de navegantes, La taberna del Puerto, me ofrecí para ir de tripulante con cualquier armador que lo necesitase y para mi asombro me contestaron. Se hacía llamar Patxi y era francés-vasco o viceversa. Tenía previsto navegar desde Mahón hasta la Caleta de Vélez durante el mes de junio del año 2012 y necesitaba alguien para acompañarle. No tardamos nada en quedar de acuerdo y mientras llegaba el día, me fue enviando datos y fotos del barco, un Jeanneau modelo Attalia.
El quince de junio tomé el avión para Mahón llegando a pisar la cubierta del barco al caer la noche. Y conocía a Patxi en persona. Durante los siguientes diez días navegamos, charlamos, comimos, bebimos vino y cerveza, navegamos mas, y paseamos por los puertos donde atracábamos. Aprendí a apreciar el barco de mi anfitrión, su forma de entender la navegación, su profundo conocimiento del mar y su ingenioso sentido del humor. Fruto de esos diez días fue una amistad que se ha ido consolidando con sucesivas visitas y trato.
Motivos que no me compete a mi divulgar, han obligado a mi amigo a poner a la venta su velero. Y, sorprendentemente para los tiempos que corren, ha encontrado un comprador, francés también.
Así que durante el mes de abril ha estado trasladando el barco desde Almerimar hasta su puerto de destino en la costa francesa mediterránea. Diariamente me ha ido relatando toda la travesía hasta el pasado 6 de mayo, amarrado ya al atraque de su nuevo propietario, en que me envió el ultimo correo.
De el solo quiero destacar una frase: "he pedido al nuevo dueño que me permita quedarme a solas en el barco una ultima noche".
Puede que alguien mas ducho que yo en estas lides sea capaz de vislumbrar siquiera un atisbo de alegría en esa petición, pero lo cierto es que a mi solo me trasmite una profunda tristeza. Una despedida en toda regla.
Muchas veces, a lo largo de las millas que compartimos, repitió machaconamente que un barco es como una novia, como una mujer (no se si las mujeres armadoras tendrán un símil equivalente), Pero no puedo por menos que ver en esa demanda la amarga despedida de dos amantes obligados a separarse.
No. Definitivamente no creo que un barco solo de dos días de alegría a su propietario. Y, desde luego, seguro que uno de esos no es el día de la venta.
Puede que cualquier otro si lo sea.
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