Me he dado unas vacaciones. Creo que me las he ganado. Con esa creencia como base he tomado la decisión de no plantearme mas arreglos en el Quimura (salvando las averías que puedan surgir de improviso) hasta el otoño que viene. O sea, que solo me planteo navegar, navegar y navegar.
Soy consciente de que si me pongo a pensar seguro que encuentro docenas de cosas a las que debería dedicarle tiempo de trabajo y esfuerzo: la maniobra, por poner un ejemplo, debo actualizarla y reenviarla a la bañera o el genaker que debo instalar y comenzar a usarlo por mencionar dos cosas así, sin darle muchas vueltas. Pero tras tanto tiempo de dedicarle horas, días y meses a ponerlo mas o menos al día, saliendo a la mar como mucho un día a la semana, ha llegado el momento de resarcirme. Y si además navego tan bien acompañado, mejor que mejor.
Salvando una pequeña ausencia debida a temas familiares el resto de julio he salido a la mar prácticamente a diario. Unas veces solo y otras con mi almiranta o mis nietos. Las singladuras con mi mujer son cada vez mas gustosas. Ella ya comienza a pedir algo de viento que nos mueva sobre las olas aunque siga temiendo vientos que escoren el velero en demasía para su criterio o que el mar de fondo zarandee el casco excesivamente pero, en mi opinión, se está convirtiendo en una fantástica marinera. El pasado domingo, con un mar tranquilo y vientos entre siete y ocho nudos, practicamos las trasluchadas, las viradas o la navegación a la francesa de una manera muy bien compenetrada, sin gestos de tensión y bastante eficazmente. Eso si, con la inestimable ayuda de Manolo, quien se ha hecho un experto en gobernar la nave.
Como he leído que todos los barcos tienen su personalidad y que esta viene dada no solo por sus lineas de diseño o por como fue construido sino que también se forma con aquello que sus propietarios le aportan, yo reconozco haber aportado mi granito de arena en la imagen que Quimura exhibe: He dejado una bota de vino como elemento constitutivo del equipo básico del barco. Me parece un sistema sencillo, practico y tradicional de ofrecer a mis acompañantes (y a mi mismo, por supuesto) un trago de ese regalo de Baco.
Obviamente esta foto no está realizada dentro del Quimura sino en mi casa. Pero la llegada a bordo tubo su ritual de recibimiento y toma de posesión.
Ya con la bota convertida en algo habitual tomamos otra decisión: introducir a nuestros nietos en el mundo de la mar (aunque sin trago de vino, malpensados). Una de las mañanas en que nos hacemos cargo de ellos para ayudar a sus padres, que están trabajando, los llevamos al puerto. Subieron a bordo sabiendo que iban a ser los cañas de esa singladura. Estaban tan nerviosos como entusiasmados. Lo primero fueron una serie de practicas con el barco amarrado para que se acostumbrasen a los nombres mas básicos y habituales: babor, estribor, proa, popa. Luego el manejo de la caña y tomar contacto con la idea de que si quiero ir a babor la caña debe dirigirse al lado contrario; por ultimo aprendieron como se enciende y se apaga el motor ademas de ese principio elemental de cuando te muevas "una mano para ti y otra para el barco" Con ocho y cinco años pensamos que estas lecciones eran ya suficientes así que soltamos amarras y salimos a la bahía. No izamos velas, eso será mas adelante, pero en seguida pedí a mi nieta mayor que tomase la caña.
Su primera reacción fue de pánico: "Abuelo, no estoy preparada." Pero en seguida superó esa sensación y, atendiéndome sin pestañear, comenzó a gobernar con mano segura y seguir mis indicaciones entendiendo el lenguaje marino básico que habíamos practicado antes. Lo hacía tan bien que hasta me hacía caso en lo que le dije de no mirar a la caña sino al mar mientras gobernaba con una sola mano. Toda una capitana.
Hasta me animé a explicarla un poquito el funcionamiento y lectura del compás que, para mi asombro, no cayó en saco roto.
Luego le tocó el turno al pequeño. El proceso fue idéntico y su reacción tan buena como la de su hermana aunque era muy gracioso su gesto facial de absoluta concentración.
El gobierno de un niño de cinco años fue sorprendente. Tanto es así que el también tuvo su explicación de la lectura del compás y, orgulloso lo escribo, lo comprendió sin problemas. Hasta llegó a indicarme en alguna ocasión que navegábamos entre el norte y el este. Eso le gano un descanso para mirar el mar buscando peces, delfines o lo que pudiera aparecer.
Desde luego seguiré introduciéndoles en este mundo maravilloso aunque sin correr ni presionar.
El resto de los días he navegado solo la mayoría de ellos. Bueno solo y con la bota.
¿Queréis un traguito?
Vaya, Angel, veo que tienes una tripulación de lo más competente. No te extrañes de que en unos años te lo pidan prestado.
ResponderEliminarAprovecho para comentarte que navegandoporgrecia.blogspot.com pronto va a desaparecer y para acceder al blog será necesario entrar por http://navegandoporgrecia.com Te lo comento porque si encuentras algún error en tu blogroll no pienses que he desaparecido sin dejar rastro.
Un abrazo y buenas proas
Ana Capsir
Unas vacaciones siempre son bien merecidas. Si son a bordo de un barco y en buena compañía de la familia, mejor que mejor.
ResponderEliminar